Hola.
El título de ésta entrada no es más que una parodia del título de los libros escritos por José Agustín Ortiz Pinchetti y Martí Batres, que se llaman (en ambos casos) Andrés Manuel y sus claves.
Ya en otras ocasiones he mencionado el hecho de que Andrés Manuel, durante su carrera política, ha cometido muchos y muy diversos errores que nos han costado mucho a mucha gente, y su último error nos puede costar mucho a los hidalguenses.
Yo he seguido siempre a López Obrador (mucho antes del mal llamado obradorismo). Lo sigo desde los tiempos del Éxodo por la Democracia (donde caminó desde Tabasco hasta la Ciudad de México, debido a un fraude electoral en su contra), desde la toma de los pozos petroleros (que le causó una descalabrada monumental) y desde la Presidencia del Partido, mi partido, el PRD.
Pues bien, en éste lugar fue donde por primera vez López Obrador se equivocó por primera vez. Tras la fraudulenta elección del 21 de marzo de 1999, donde Amalia García y Jesús Ortega se hicieron fraude mutuamente (e incluso, en la prensa se dijeron mutuamente ‘Rata’), el papel de López Obrador era quedarse en la Presidencia del Partido, repetir la elección, limpiar la imágen del PRD y apechugar su tibieza en la elección fraudulenta. Sin embargo, se fue por el camino fácil: terminó su periodo, y se fue valiéndole cacahuate lo que pasara con el Partido. Pablo Gómez quedó como interino, y el partido quedó manchado para siempre. Ésto, además (y junto con el asesinato de Paco Stanley) nos causó la pérdida de la Presidencia de la República en el 2000.
Después, López Obrador se fue a la Jefatura de Gobierno. Ahí, en general, hizo uno de los mejores gobiernos en la Ciudad de México. Sin embargo, tuvo el desacierto de pelearse con Rosario Robles, quien en medio de sus aspiraciones presidenciales intentó desacreditar a López Obrador por medio de los videoescándalos, operados por su pareja sentimental, Carlos Ahumada Kurtz. Así mismo, las aspiraciones presidenciales de otra mujer, Martha Sahagún, involucrado con el pleito casado con Vicente Fox, trajo consigo el desafuero en su contra.
Después, en la campaña presidencial de 2006, la soberbia hizo que AMLO descuidara una parte fundamental en cualquier elección, que es la estructura electoral. Con el 70% reconocido de las casillas cubiertas (los cálculos extraoficiales reales apuntan únicamente a un 55% de las casillas cubiertas), dejó un márgen suficientemente grande como para que por ahí le hicieran el fraude electoral. Ni hablemos de la gente en la que confió. Ya sabemos los resultados, de lo cual parte seguimos arrastrando hasta hoy.
Luego, en 2009, el caso Juanito. ¡Cómo nos costó ese pinche Juanito! Y aunque no había otra opción, pero nos salió demasiado caro el chistesito.
Ahora, López Obrador apuntala contra las alianzas. Al único que le benefician esas alianzas es al propio Andrés Manuel. Ni más ni menos. Porque debilitan a Peña Nieto, y permite la transición en estados caciquiles como Oaxaca o Hidalgo. Sin embargo, AMLO no sólo ha satanizado las alianzas, sino que ahora intercedió para que el PT las rompiera.
Y el problema no es otro, sino que a la hora de los chingadazos uno es el que tiene que andar componiendo las cosas. Y el problema es que en Hidalgo nos está metiendo en serios aprietos, pues (sin quererlo, eso hay que reconocerlo) le está ayudando al PRI-Gobierno para dividir a la oposición, y darle oxígeno a una candidatura tan mala como la de Paco Olvera. Y lo peor es que si gana el PRI, los platos rotos no los pagará él, sino los hidalguenses, que somos quienes nos quedamos a vivir aquí. Y nuevamente, muchos tendremos que pagar los errores de uno sólo.
Yo se lo dije el miércoles pasado, a alguien sumamente cercano a él (e incluso, ya lo había publicado antes aquí): A la pregunta de qué esperábamos de López Obrador, yo le dije que lo sensacional y lo que esperábamos era que AMLO fuera a un acto de campaña de Xóchitl Gálvez. Pero como sabíamos también que no lo va a hacer, pues lo mejor es que se calle.
Aún hay otro problema. El PT (y posiblemente Convergencia) postulen a Francisco Xavier como su candidato. El hecho es que, desde el punto de vista de mucha gente del movimiento de López Obrador, ajena al Estado, y que desconoce cómo son las cosas realmente en el Estado, promocionarán ésta candidatura y dirán que “es la salida digna de alguien congruente como López Obrador”. Nada más falso que eso. Ni es candidatura, porque solamente será un esquirol del PRI para restar votos a una opción verdadera de cambio (que es Xóchitl Gálvez), ni es digna (pues representará muchos de los intereses más oscuros del Estado), ni tampoco será congruente, pues nadie, más que el PRI (repito) se beneficiará fracturando la Coalición ‘Hidalgo nos une’.
El movimiento de López Obrador piensa que por hecho de ser crítico con el propio AMLO, de pensar diferente, de no coincidir en ciertas cosas, o de no acatar otras “que por el dedo de Dios se escribieron”, piensan que ya, eres traidor, vendido o panista, y de ahí no te bajan. Y no. La verdad es que aunque uno lo critica y le señala sus errores, pero uno ni lo deja de reconocer como Presidente Legítimo, ni tampoco deja uno de observar que es la única solución para el país. No hay más. O es Peña, o es Obrador. Y en ése sentido, es mucho mejor (con errores y defectos) López Obrador a Peña Nieto.
Sin embargo, en Hidalgo solamente tenemos una de dos: O Paco Olvera, que representa más de lo mismo (tras 80 años de lo mismo), o Xóchitl Gálvez, que representa una esperanza y una alternativa para el Estado.
López Obrador conoce la situación del Estado, pues visitó los 84 municipios. En realidad, lo único que le pedimos los Hidalguenses, que además somos los que le damos cuerpo a su movimiento en el Estado, es que ya no diga más. Que deje las cosas como están. Si él no quiere, que no se sume, pero que tampoco reste, porque eso sólo beneficia al PRI-Gobierno y a los mercenarios del Partido, alias José Guadarrama y Francisco Xavier.
Pues bien, sigamos adelante. Saludos y dejen comentarios.