CRISOL Número 06, Abril de 2007
Tal vez pueda ser tachado de misógino por el lector al terminar de leer el presente artículo (aclarando de antemano que no lo soy), y lamento de antemano si hiero la sensibilidad de algunas personas, pero considero importante abrir el tema para su discusión, ya que durante mucho tiempo la equidad de género fue bandera de las mujeres para alcanzar ciertas conquistas, que hoy valdría la pena cuestionar si efectivamente era su objetivo, o simplemente buscaban la imposición de la mujer sobre el hombre.
Es cierto que, durante mucho tiempo, el hombre se aprovechó que, al formarse la organización y jerarquización social tal y como la conocemos hoy, la mujer quedó más vulnerable al ser el hombre quien desempeñaba los trabajos rudos y más difíciles, motivo por el cual (desde la prehistoria) al hacerse la división del trabajo y la creación de las instituciones fundamentales como son la familia y el Estado, el hombre se impuso a la mujer aprovechando su fuerza física.
Durante muchos siglos, la mujer quedó relegada a un segundo plano. Prueba de ello es la sociedad judaica, donde las mujeres no pueden leer la Torá ni mucho menos participar en las celebraciones religiosas. Pero poco a poco, tras la Revolución Industrial, la mujer comenzó a adquirir derechos que más tarde trasladó al terreno legal, pues le era reconocido el derecho al trabajo, pero en condiciones detrimentes y sin algún marco legal en el cual fuera protegida.
En los finales del siglo XIX y principios del XX, el movimiento feminista alcanzó y conquistó ciertos derechos que hacía mucho debía habérseles reconocido, como el derecho al voto o, tan solo, la igualdad (que en muchos de los casos, como el laboral, no se ha alcanzado plenamente). Sin embargo, la conquista de derechos no ha traído consigo la adquisición de responsabilidades, y mucho menos ha traído la equidad de género, pues el marco legal cada vez sanciona más a los hombres, mientras que las mujeres pueden gozar de plena impunidad en ciertos aspectos.
La polémica ley aprobada hace algunos días que sanciona a los hombres que celen a sus novias, esposas, o cualquier tipo de pareja estable, así como la ley que otorga la patria potestad a las mujeres en automático, es un ejemplo de hasta dónde se está comenzando a dar la inequidad de género, pero ahora hacia los hombres. Por principio, ambas leyes son anticonstitucionales, pues de acuerdo al artículo 1º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos queda prohibida toda discriminación motivada por […] el género […] o cualquier otra que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto anular o menoscabar los derechos y libertades de las personas.
Por otra parte, dichas leyes rompen los principios generales del derecho, pues se trata de un asunto de inequidad hacia el hombre sin esgrimir siquiera argumentos o razones que pudieran otorgarle la patria potestad al hombre, o sancionar a una mujer celosa. Finalmente, la ley que castiga a los celosos es antinormativa, pues el derecho elemental juzga las acciones y no los sentimientos, emociones o pensamientos.
Debe llevarse a debate nuevamente el asunto de la equidad de género, pero ahora analizando si en la búsqueda de mayores y mejores espacios por parte de las mujeres se está rompiendo con el principio básico de la equidad, o si realmente lo que busca el movimiento feminista es conquistar el poder y ejercer la dictadura de las mujeres sobre los hombres. La única forma en la cual lograremos esto es revisando aquellas leyes que otorguen privilegios a las mujeres sobre los derechos de los hombres y, de igual forma, otorgando a las mujeres obligaciones que, por mucho tiempo, han sabido librar bajo el esquema de la indefensión y la debilidad física, jurídica y ‘social’ que, considero, ya no existe. Simplemente, lo único que anhelamos y exigimos es un marco legal equitativo (donde hombres y mujeres tengan los mismos derechos y obligaciones), y no un marco inequitativo donde la mujer posea derechos, más no obligaciones.