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El pasado 6 de enero, el día que el Congreso de Estados Unidos erigido como Colegio Electoral, tenía que validar la elección del Presidente de Estados Unidos. Ese día también, grupos Pro-Trump tomaron el Capitolio mientras la Guardia Nacional poco hizo para detenerlos, y se estableció el precedente del primer intento de golpe de Estado en Estados Unidos (los memes dijeron que, por la pandemia, los estadounidenses decidieron hacer Home Office).
De inmediato, los grandes medios de comunicación (CNN, Fox, NBC, Disney, The New York Times, The Washington Post) arremetieron contra Donald Trump en un juicio mediático con precedentes (con precedentes, porque en México hemos vivido al menos tres hechos similares: en 1999, tras el asesinato de Paco Stanley, las grandes televisoras como Televisa y TV Azteca pidieron en cadena nacional la renuncia del entonces Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Cuauhtémoc Cárdenas; en 2003, tras el linchamiento en Tláhuac, los medios exigieron la renuncia de Marcelo Ebrard, entonces Secretario de Seguridad Pública; y recientemente, a finales de 2020, diferentes medios pasquineros encabezados por Reforma, El Universal, Imagen y Latinus exigieron la renuncia del Secretario de Salud federal, Hugo López Gatell, tras unas fotografías en un restaurante en la playa en Zipolite, Oaxaca), y hasta exigieron la aplicación de la enmienda 25 en su contra. Es decir, la sustitución de un Jefe de Estado, por no coincidir con los intereses creados de nuestro vecino del Norte.
No solo hubo el linchamiento mediático. De inmediato, las redes sociales predominantes en el mundo occidental, como Facebook, Twitter, YouTube (propiedad de Google) e Instagram (propiedad de Facebook) realizaron un bloqueo temporal en contra de Trump de sus perfiles. Más adelante, Twitter tomó una decisión más radical: bloquear definitivamente la cuenta del todavía Presidente de USA.
En su carta-justificación, Mark Zuckerberg, propietario de Facebook, justificó la censura porque, desde su óptica, Trump realizaba actos “para incitar a la insurrección violenta contra un gobierno democráticamente elegido”. Sin embargo, Facebook fue determinante para que, en Egipto, durante la Primavera Árabe, pudiera caer el régimen títere de Hosni Mubarak en 2011; Facebook y Twitter (además del patrocinio de las petroleras francesas, estadounidenses y británicas, del que hemos hablado ampliamente en este blog), determinantes para que cayera el régimen comunista de Muammar Al Gaddafi en Libia en ese mismo año; nuevamente Facebook y Twitter en los intentos golpistas contra el régimen post-chavista de Nicolás Maduro en Venezuela, o el papel determinante que tuvieron las redes sociales en el golpe de Estado en Bolivia en 2019 en contra de Evo Morales, en el cual también participó Elon Musk, propietario de Tesla.
No estamos hablando de un hecho cualquiera: estamos hablando de un hecho que ante millones de televidentes en todo el mundo, ante millones de usuarios de las redes sociales en todo el mundo, se realizó un juicio mediático en contra de un Jefe de Estado, el Presidente del país más poderoso, Estados Unidos, se tergiversaron los hechos para presentar una realidad distinta, y se justificó la censura hacia una persona que no coincide con los designios de la oligarquía estadounidense, las grandes corporaciones mediáticas, las grandes trasnacionales, los grandes bancos y corporaciones financieras, la industria armamentista, todo en su conjunto, que también son los que encumbraron y apoyaron a Joe Biden para ser Presidente de USA.
No fue tampoco la primera ocasión en que lo hicieron. El día de la elección, el 3 de noviembre de 2020, las grandes cadenas televisivas interrumpieron el discurso de Donald Trump cuando realizó las acusaciones de fraude en su contra, y lo justificaron con una “falta de certeza” e, incluso, lo acusaron de mentir, cuando existen muchos hechos plenamente documentados en que estas mismas televisoras han mentido e influido para que gran parte de la población tenga una opinión sesgada en relación a varios hechos históricos. Por ejemplo, la difusión de “información” de creación de armas químicas y nucleares para justificar la invasión a Iraq en 2002, que nunca fueron encontradas, o la manipulación de hechos en relación al 11 de septiembre por parte de las mismas corporaciones mediáticas.
No se trata de defender a Donald Trump a capa y espada. Se trata de defender uno de nuestros grandes derechos, la libertad de expresión en toda su dimensión. Se trata de dimensionar el gran poder que han logrado acaparar las redes sociales del GAFAT, como Alfredo Jalife lo ha definido (Google, Amazon, Facebook, Apple y Twitter), y de cómo han logrado generar una alianza con los medios de comunicación convencionales (principalmente las grandes cadenas de televisión), para acallar una voz disidente e invisibilizarla. Lo mismo que, por cierto, hicieron con López Obrador desde 2006, durante todo el sexenio de Felipe Calderón y de Peña Nieto.
Es evidente que la oligarquía gringa y la élite empresarial, mediante los medios de comunicación y redes sociales crearon un grave precedente: el primer golpe de Estado informático-mediático contra el Presidente actual de USA, Donald Trump, con una censura justificada ante la opinión pública como un “riesgo para la democracia estadounidense”. Y es una fórmula que han ido ensayando desde 2011, con la Primavera Árabe, que cada vez va siendo perfeccionada, generando mecanismos de control y difusión controlada y manipulada de la información, en beneficio de sus propios intereses. Las redes sociales, con su recién inaugurada alianza con los medios de comunicación convencionales, se han convertido en juez y parte, y se han fusionado en el Cuarto Poder, erigiéndose como contrapoder al Estado.
Ahora, más que nunca, toman mucho sentido las palabras con las que Rafael Correa definió la libertad de expresión, al afirmar que “desde que se inventó la imprenta, la libertad de prensa es la voluntad del dueño de la imprenta”. Hoy, los dueños de la imprenta son Twitter, Facebook y Google.
Ante la celebración masiva de la censura contra Trump, hay que tener mesura, cautela, cuidado, pues la misma receta que aplican con Donald Trump, después la querrán aplicar con los movimientos sociales, con el progresismo, con gobiernos no afines a sus intereses, tanto las redes sociales, como las corporaciones mediáticas globales o locales.
Ante la censura, no existe justificación alguna, pues como afirmó Voltaire, “no estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a decirlo”. Si permitimos que la censura prospere, se vuelva hábito común contra las voces disidentes, después no habrá marcha atrás, pues al celebrarlo, justificarlo, convalidarlo, nos hacemos cómplices de la misma.
No a la censura, si a la libertad de expresión.
Saludos. Dejen comentarios.