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El día de hoy, en varias ciudades a lo largo de México, diversos grupos vinculados con la Iglesia Católica, la ultraderecha y, en general, con los sectores conservadores de este país, pero encabezados por el autodenominado Frente Nacional por la Familia, así como por Provida, convocaron a la Marcha por la Familia, con la finalidad de exigir a Enrique Peña Nieto el retiro de su iniciativa de ley para reconocer el derecho al matrimonio igualitario en todo el país.
En su página de internet, el Frente Nacional por la Familia asegura que está decidido a luchar y ha llevado a cabo diversas acciones en defensa del matrimonio y la familia natural.
Llama la atención su principal tesis argumental: que esta protesta la realizan en defensa del matrimonio y la familia natural. Así, uno comienza a preguntarse ¿de qué familia natural hablan? ¿Qué implicaciones tiene este argumento por demás vago y ambiguo? No hay, siquiera, un punto de acuerdo para saber cuál es la familia natural que pregonan los convocantes a la marcha, pues según sea el punto de vista que uno adopte, se encontrará con distintos orígenes de la familia.
Según el libro del Génesis (origen y base de todas las religiones judio-cristianas), Dios creó a Adán a partir de un trozo de barro. Sin embargo, al ver que Adán estaba solo, decidió darle una compañera, para lo cual lo durmió, y tomó una costilla de él, y de ahí creó a Eva. Sin embargo, al haber probado el fruto prohibido y ser expulsados del Paraíso, tuvieron descendencia. Así, los primeros hijos de Adán y Eva fueron Abel y Caín. Crecieron, y Abel se convirtió en agricultor, mientras que Caín se convirtió en cazador. En algún momento llevaron sus ofrendas a Dios (Abel vegetales, y Caín un cordero), y este prefirió las ofrendas del agricultor sobre las del cazador. Lleno de envidia y cólera, Caín mata a Abel con una quijada de burro, y después de descubierto y confesado el crimen, es expulsado de la familia. Posteriormente, Adán y Eva tienen un tercer hijo: Set. Sin embargo, el Génesis no es muy claro en cómo se reproduce Set, y como los hebreos, posteriormente, van poblando el mundo.
Así, sin meternos en mayores complicaciones, podríamos asegurar que, desde el punto de vista judeo-cristiano, la familia natural es un padre hecho de barro, una madre hecha de una costilla, un hijo asesino, un hijo asesinado, y un hijo hermafrodita.
Si optamos por un criterio mayormente científico y aceptado hasta nuestros días, podemos encontrar rastros de la familia natural en el libro Sobre el origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado: a la luz de las investigaciones de Lewis H. Morgan, donde Friedrich Engels nos lleva de la mano a través de la evolución de la familia, y llega a conclusiones sorprendentes.
Engels, en todo momento, hace referencia a las investigaciones de Lewis H. Morgan para después hacer sus propias conclusiones. Así, comienza argumentando que
La familia, dice Morgan, es el elemento activo; nunca permanece estacionada, sino que pasa de una forma inferior a una forma superior a medida que la sociedad evoluciona de un grado más bajo a otro más alto. Los sistemas de parentesco, por el contrario, son pasivos; sólo después de largos intervalos registran los progresos hechos por la familia y no sufren una modificación radical sino cuando se ha modificado radicalmente la familia”. “Lo mismo -añade Carlos Marx- sucede en general con los sistemas políticos, jurídicos, religiosos y filosóficos”. Al paso que la familia sigue viviendo, el sistema de parentesco se osifica; y mientras éste continúa en pie por la fuerza de la costumbre, la familia rebasa su marco.
Engels continúa hablando sobre la concepción tradicional de la familia, donde expone que
La concepción tradicional no conoce más que la monogamia, al lado de la poligamia del hombre, y, quizá, la poliandría de la mujer, pasando en silencio -como corresponde al filisteo moralizante- que en la práctica se salta tácitamente y sin escrúpulos por encima de las barreras impuestas por la sociedad oficial. En cambio, el estudio de la historia primitiva nos revela un estado de cosas en que los hombres practican la poligamia y sus mujeres la poliandría y en que, por consiguiente, los hijos de unos y otros se consideran comunes. A su vez, ese mismo estado de cosas pasa por toda una serie de cambios hasta que se resuelve en la monogamia. Estas modificaciones son de tal especie, que el círculo comprendido en la unión conyugal común, y que era muy amplio en su origen, se estrecha poco a poco hasta que, por último, ya no comprende sino la pareja aislada que predomina hoy.
En efecto: no existía la unión monógama, sino la familia natural se conformaba con mujeres poliandras y hombres polígamos.
Reconstituyendo retrospectivamente la historia de la familia, Morgan llega, de acuerdo con la mayor parte de sus colegas, a la conclusión de que existió un estadio primitivo en el cual imperaba en el seno de la tribu el comercio sexual promiscuo, de modo que cada mujer pertenecía igualmente a todos los hombres y cada hombre a todas las mujeres. […] Sabemos hoy que las huellas descubiertas por él no conducen a ningún estado social de promiscuidad de los sexos, sino a una forma muy posterior; al matrimonio por grupos.
Este estado de promiscuidad va generando, de forma (esa si) natural, los grupos consanguíneos, la estructura del parentesco, al mismo tiempo que se va dando un segundo fenómeno: la familia punalúa, lo que da origen a las reglas del incesto.
Sin embargo, el paso más importante y trascendente de esto es lo que el Frente Nacional por la Familia ha denominado la familia natural. En palabras de Engels,
En ninguna forma de familia por grupos puede saberse con certeza quién es el padre de la criatura, pero sí se sabe quién es la madre. Aun cuando ésta llama hijos suyos a todos los de la familia común y tiene deberes maternales para con ellos, no por eso deja de distinguir a sus propios hijos entre los demás. Por tanto, es claro que en todas partes donde existe el matrimonio por grupos, la descendencia sólo puede establecerse por la línea materna, y por consiguiente, sólo se reconoce la línea femenina. En ese caso se encuentran, en efecto, todos los pueblos salvajes y todos los que se hallan en el estadio inferior de la barbarie; y haberlo descubierto antes que nadie es el segundo mérito de Bachofen. Este designa el reconocimiento exclusivo de la filiación maternal y las relaciones de herencia que después se han deducido de él con el nombre de derecho materno; conservo esta expresión en aras de la brevedad. Sin embargo, es inexacta, porque en ese estadio de la sociedad no existe aún derecho en el sentido jurídico de la palabra.
Es por esto, el derecho de herencia (el saber con certidumbre que quien sea mi heredero sea realmente mi hijo, y no hijo de otro) por lo que se va instituyendo, en primera instancia, la monogamia, y posteriormente, el matrimonio con un solo hombre.
Cuanto más perdían las antiguas relaciones sexuales su candoroso carácter primitivo selvático a causa del desarrollo de las condiciones económicas y, por consiguiente, a causa de la descomposición del antiguo comunismo y de la densidad, cada vez mayor, de la población, más envilecedoras y opresivas debieran parecer esas relaciones a las mujeres y con mayor fuerza debieron de anhelar, como liberación, el derecho a la castidad, el derecho al matrimonio temporal o definitivo con un solo hombre. Este progreso no podía salir del hombre, por la sencilla razón, sin buscar otras, de que nunca, ni aun en nuestra época, le ha pasado por las mientes la idea de renunciar a los goces del matrimonio efectivo por grupos. Sólo después de efectuado por la mujer el tránsito al matrimonio sindiásmico, es cuando los hombres pudieron introducir la monogamia estricta, por supuesto, sólo para las mujeres.
Sin embargo, la introducción de la monogamia debería abolir la línea consanguínea a partir de la madre, para pasar al padre, y así fue.
Convertidas todas estas riquezas en propiedad particular de las familias, y aumentadas después rápidamente, asestaron un duro golpe a la sociedad fundada en el matrimonio sindiásmico y en la gens basada en el matriarcado. El matrimonio sindiásmico había introducido en la familia un elemento nuevo. Junto a la verdadera madre había puesto le verdadero padre, probablemente mucho más auténtico que muchos “padres” de nuestros días. Con arreglo a la división del trabajo en la familia de entonces, correspondía al hombre procurar la alimentación y los instrumentos de trabajo necesarios para ello; consiguientemente, era, por derecho, el propietario de dichos instrumentos y en caso de separación se los llevaba consigo, de igual manera que la mujer conservaba sus enseres domésticos. Por tanto, según las costumbres de aquella sociedad, el hombre era igualmente propietario del nuevo manantial de alimentación, el ganado, y más adelante, del nuevo instrumento de trabajo, el esclavo. Pero según la usanza de aquella misma sociedad, sus hijos no podían heredar de él, porque, en cuanto a este punto, las cosas eran como sigue.
Con arreglo al derecho materno, es decir, mientras la descendencia sólo se contaba por línea femenina, y según la primitiva ley de herencia imperante en la gens, los miembros de ésta heredaban al principio de su pariente gentil fenecido. Sus bienes debían quedar, pues, en la gens. Por efecto de su poca importancia, estos bienes pasaban en la práctica, desde los tiempos más remotos, a los parientes más próximos, es decir, a los consanguíneos por línea materna. Pero los hijos del difunto no pertenecían a su gens, sino a la de la madre; al principio heredaban de la madre, con los demás consanguíneos de ésta; luego, probablemente fueran sus primeros herederos, pero no podían serlo de su padre, porque no pertenecían a su gens, en la cual debían quedar sus bienes. Así, a la muerte del propietario de rebaños, estos pasaban en primer término a sus hermanos y hermanas y a los hijos de estos últimos o a los descendientes de las hermanas de su madre; en cuanto a sus propios hijos, se veían desheredados.
Así, pues, las riquezas, a medida que iban en aumento, daban, por una parte, al hombre una posición más importante que a la mujer en la familia y, por otra parte, hacían que naciera en él la idea de valerse de esta ventaja para modificar en provecho de sus hijos el orden de herencia establecido. Pero esto no podía hacerse mientras permaneciera vigente la filiación según el derecho materno. Este tenía que ser abolido, y lo fue. Ello no resultó tan difícil como hoy nos parece. Aquella revolución -una de las más profundas que la humanidad ha conocido- no tuvo necesidad de tocar ni a uno solo de los miembros vivos de la gens.
Todos los miembros de ésta pudieron seguir siendo lo que hasta entonces habían sido. Bastó decidir sencillamente que en lo venidero los descendientes de un miembro masculino permanecerían en la gens, pero los de un miembro femenino saldrían de ella, pasando a la gens de su padre. Así quedaron abolidos al filiación femenina y el derecho hereditario materno, sustituyéndolos la filiación masculina y el derecho hereditario paterno.
Engels continúa
El derrocamiento del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo. El hombre empuñó también las riendas en la casa; la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción. Esta baja condición de la mujer, que se manifiesta sobre todo entre los griegos de los tiempos heroicos, y más aún en los de los tiempos clásicos, ha sido gradualmente retocada, disimulada y, en ciertos sitios, hasta revestida de formas más suaves, pero no, ni mucho menos, abolida. El primer efecto del poder exclusivo de los hombres, desde el punto y hora en que se fundó, lo observamos en la forma intermedia de la familia patriarcal, que surgió en aquel momento. Lo que caracteriza, sobre todo, a esta familia no es la poligamia, de la cual hablaremos luego, sino la “organización de cierto número de individuos, libres y no libres, en una familia sometida al poder paterno del jefe de ésta […].
Esta forma de familia señala el tránsito del matrimonio sindiásmico a la monogamia. Para asegurar la fidelidad de la mujer y, por consiguiente, la paternidad de los hijos, aquélla es entregada sin reservas al poder del hombre: cuando éste la mata, no hace más que ejercer su derecho.
Finalmente, Engels concluye su exposición sobre la familia monogámica, la natural, diría el Frente Nacional por la Familia:
Se funda en el predominio del hombre; su fin expreso es el de procrear hijos cuya paternidad sea indiscutible; y esta paternidad indiscutible se exige porque los hijos, en calidad de herederos directos, han de entrar un día en posesión de los bienes de su padre. La familia monogámica se diferencia del matrimonio sindiásmico por una solidez mucho más grande de los lazos conyugales, que ya no pueden ser disueltos por deseo de cualquiera de las partes. Ahora, sólo el hombre, como regla, puede romper estos lazos y repudiar a su mujer. También se le otorga el derecho de infidelidad conyugal, sancionado, al menos, por la costumbre (el Código de Napoleón se lo concede expresamente, mientras no tenga la concubina en el domicilio conyugal), y este derecho se ejerce cada vez más ampliamente, a medida que progresa la evolución social.
En resumen, la familia natural es la historia del sometimiento, privación y privatización de la mujer por el hombre, una forma de esclavismo moderno basado, fundamentalmente, en la posesión de otro ser humano.
Esa es la familia natural que quiere rescatar el Frente Nacional por la Familia. Familia natural que, dicho sea de paso, no es tan predominante en nuestro país. Según el INEGI, la relación matrimonios/divorcios por año se ha comportado de la siguiente forma en los últimos 25 años:
Es decir, mientras ha ido disminuyendo el número de matrimonios a nivel nacional (por razones que no expondré aquí), el número de divorcios ha ido en aumento en los últimos 25 años, y casi son triplicados en 2014 a los que había en 1990.
Aunque no hay datos específicos del INEGI, se estima que al menos el 30% de las familias en México son encabezadas por padres o madres solteros. Esto quiere decir, además, que el modelo de familia promovido por estas organizaciones difiere sustancial y radicalmente de la conformación de nuestra sociedad.
Sin embargo, el Frente Nacional por la Familia se ha enfocado en argumentar que las familias homoparentales son la principal fuente de destrucción de la familia que ellos consideran natural, y con base en un discurso de odio, buscan detener una iniciativa que reconoce un derecho humano, anteponiendo cuestiones religiosas, morales y dogmáticas a cualquier argumento racional.
Así, la yihad católica ha mostrado sus fauces, y está generando un clima hostil para todos aquellos que no comulgamos con sus creencias. Y resulta peligroso y alarmante, además, que un grupo de fanáticos religiosos e intolerantes pretendan imponer a los demás una visión del mundo por demás retrógrada y, además, sin las bases científicas adecuadas.
Si realmente queremos retomar el modelo de familia natural, quitemos las cadenas de la esclavitud moderna del matrimonio y regresemos a la gens, a la poligamia y poliandría, a los matrimonios colectivos, y al reconocimiento de la línea consanguínea materna por encima de la paterna. Eso, además, sería reivindicar el papel de las mujeres en la vida de nuestra sociedad, la cual la familia natural, por excelencia, ha socavado, oprimido y esclavizado. Y dejemos en paz a los que tienen preferencias sexuales distintas.
Odiar al prójimo si es pecado. Amarlo no. Y Dios no perdona a los que utilizan su nombre en vano.
Un último dato: algunos de los defensores de la familia natural, han puesto a José, María y Jesús como modelo de familia. Según las últimas investigaciones del linaje de Jesús, María sería la segunda pareja de José (puesto que Jesús tenía medios hermanos). Y según otras investigaciones, Jesús sería hijo bastardo de José, puesto que el verdadero padre de Jesús sería un soldado romano pero, al ser la lapidación la posible condena María por cometer adulterio y además “pecar” con un gentil romano, surgió el mito de la concepción gracias al Espíritu Santo. Ese es el modelo de familia natural que promueve el odio. Benditos sean a la viña del Señor.
Saludos. Dejen comentarios.